martes, 16 de febrero de 2010

Eugenia Cabral



Eugenia Cabral


P o e m a s






Argentina




I




L a S i n r a z ó n

1987 - 1993



T a b a c o




La rabia dura lo que el cigarrillo.

Luego el humo y la ceniza esparcen

la desmerecida forma de lo que ha sido.

Arder. Arder como la brasa ambigua

que no es llamarada ni es ceniza;

entre secuencias de orden y desorden

arder; arder cual perfume de maderas;

cual ocaso –furia postrer del día-

arder; en pausas de la informática,

detrás de los envases descartables,

con un sexo torpe entre torpes manos,

arder. Como sólo el fuego puede arder.

Como pasión y soledad pueden arder.

Astro perdido en la jungla del cielo

tornando a una casa y a unos padres,

arder. Solícitamente, en honor de un amante,

arder. Ofrecer la transparencia y pretenderla

cada vez con menos fuerza y eficacia.

Arder. En el templo de los bárbaros.

Arder, tan tenue como sea posible,

ante la fatiga de la mirada. Encender

los rubíes de la culpa entre el lodo funeral

y las arenas donde el hedor de lo muerto

sobrevive (¿para qué?) sin condena ni justicia.

En el horno de los bronquios se caldean

la sinrazón de existir abominando

y el humo: símbolo de olvido e impotencia

de querer retener lo que se esfuma

-antes eterno, ahora fugitivo-,

breve danza de amor entre los dedos,

ocaso que arrastra el cuerpo del día

-iluminado de amor- a oscura gruta,

para escandir las formas de la noche

cual sílabas de un poema revelado.




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B o r i s V i a n

Fue así:

el mundo, que era redondo, se volvió plano;

la tierra, ancha y verde,

se tornó gris y cuadriculada;

los caminos trocaron en laberintos.

Recordé su novela.

La pérdida de lo maravilloso

en La Espuma de los Días.

Exacto nombre de la fugacidad.

Y yo, que antes admitiera ser fugacidad,

ahora, temía los finales y desgarramientos.

Yo, que dije “estoy sobre la tierra

como la flor de un solo día,

pero que ese día sea perfecto”,

ahora aceptaba líneas indefinidas,

esperas agotadoras.

Sólo comprendo la paciencia que exige

la creación. Pero esta horrible paciencia

con los envilecimientos de cuerpo y de espíritu,

este cavilar en que -llegado un tiempo-

nada tendrá comienzo ni final...

De fuego y espuma –como el amor-

eran los gestos,

rostros que amanecían con un mensaje

de su hermética galaxia personal.

Y del héroe nacía el vencido,

de la inocente, la predadora,

del confuso, el iluminado.

La muerte se llevó el amor y la locura

y me dejó el sadismo y la conciencia.

Estas sonrisas de perversos y consagrados

son la confirmación y la caída.




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F r e s c o y D e t a l l e s

de una Escena Argentina




1

La niña tiene miedo de su padre

que está de espaldas a ella.

El padre anhelaría volver la cabeza

hacia el rostro

de los que susurran su destino.

La anciana separa los granos buenos

de los muy buenos

y deja los malos para la vecina.

El cielo se desplaza de derecha a izquierda

como un film tras una ventana de utilería;

al fondo del cielo se ven –disminuidos

por la perspectiva –los altos picos de los Andes.




______2

La madre divorciada cose en la máquina Singer

bajo la galería guarnecida por el tamiz de la parra;

en su casa no hay retratos de Evita ni Perón;

y nadie la ha amado salvo

su hermano, jugador por cuenta de Dios;

un conciliábulo de fantasmas

chismorrea -en un ángulo del patio –

y una joven muerta guarda silencio,

disimula las ganas de preguntar

a la divorciada cómo es tener marido.




3

En favor de la libertad,

el gato no es alimentado

por la mano del dueño.

Al niño, en cambio,

hay que seducirlo

y ciertos ángeles

le diseñan chocolates

en forma de golondrina.




4

La hermana mayor comenta

el prodigioso tamaño del pene del amante

que circuló entre varias amigas.

Espantosamente grande. Era para varias.

La mujer sentada al extremo de la mesa

(cuando la niña huye hacia el fondo de la casa)

se coloca el índice sobre los labios

en señal de silencio.




5

Como un dios en danza de dioses

él la convoca a la fiesta del cuerpo

y a abandonar la tristeza

de aquí a la eternidad.

Al desabrocharse la blusa

ella está naciendo de los encajes

con que su madre la vestiría

para la boda, como si naciera

de la espuma.




6

Él apostaba chocolates

a que era el mejor.

Gastó tres tercios de la vida

a la cabeza del santo de su nombre.

Su padre sí lo apreciaba,

por la buena razón

de que sabía entonar canciones.




7

Gastó un décimo en salvarse,

cuatro cuartos en agradar a los padres,

dos tercios en lustrar los zapatos,

cuatro octavos en saludar

y ocho novenos en seducir.

Era agradable eludir su presencia

ungida de lavanda o vetiver.




8

La madre es sutil.

Sobria es la firmeza de su imagen.

Un olor a ropas lavadas

impregna la sala de costura

donde la matrona plancha de pie

los manteles para el altar

cuando las sirvientas

han preparado la merienda

y se lo anuncian en voz baja.




_ 9

Ya no existen los esclavos

en las colonias del Río de la Plata.

Este mulato es peón de limpieza.

Friega las baldosas por donde la niña

camina descalza a la siesta

con un libro en la mano

y el cabello atado con tiritas

para formarle los rizos.

Sobre los pisos lustrados,

las huellas de sus pies se marcan

por la transpiración

y fugazmente se evaporan,

pero el sirviente alcanza a ver el reflejo

del sexo púber en las baldosas.




10

Ella enjabona su rostro,

levanta la barbilla hacia el espejo

y ve allí una Afrodita doméstica

nacida para ser amada.

Escribe poemas donde mitifica

que el mundo es un lecho moviente,

un espejo de agua

abigarrado de camalotales

donde podría vivir y morir

siendo princesa aborigen,

domeñada y feliz, con señales de amor

en el cuerpo. Pero no le ha dicho eso

a su madre.




11

Él hablaría de la pena,

mas debe sostener el rostro

con las dos manos en candelabro

debajo de su mandíbula.

Él imploró a los dioses la gracia

de componer un poema de amor.

Lo hizo con resistencia.

Como quien cumple una proeza.

Él rogó a los dioses

que le concedieran

la proeza de vivir.

Lo hizo cálidamente,

cuando aún era niño

y se adormecía sobre los manteles

que iluminaban sus manos

al tomar los alimentos.

Él imprecó a los dioses

con los dedos en garfio sobre el vaso

y les recordó la promesa -sobreentendida-

de concederle escribir un poema de amor.




L a P i e d r a Del M u n d o


Poema sobre Blanche Du Bois, personaje de

“Un tranvía llamado deseo”, drama de

Tennessee Wiliams.




1

Blanche, bibelot sonámbulo,

nunca ha dormido verdaderamente.

Unas vestiduras de algas traslúcidas

cuelgan a lo largo de sus palabras,

las arrastra desde la infancia.

Blanche se borró el ombligo y emergió

-como de una crisálida-

para comerse la piedra del mundo.




2

Blanche: tirale esa piedra

a la cara del mundo,

esa piedra sí podés tirársela,

otras no,

otras te las van a dar en el ojo,

pero con ésa apuntale al Polifemo

que nunca te perdonará el sonambulismo.

Y rápido.

Esta es una lucha de video-games;

alguien tiene que salir derrotado.




3

Blanche: el que olvida es olvidado,

olvidable. Entonces,

colgale un cencerro a tu memoria:

Blanche recuerda a Blanche,

Habrá una mancha de limpieza

en la piel de los que recuerden.

Traelo despacio hasta tus rodillas,

tus riberas,

vencelo de acuerdo a la fidelidad

de su memoria: él también la posee;

hacé de cuenta que él también la posee.

Y si le parece que hay ceniza en tu boca,

mostrale lo que realmente es:

la sombra de una estrella que invocabas

cada vez que creías haber muerto.




4

El alcohol, muñeca,

es una cola de gato que se enrosca

entre las piernas de las neuronas,

las incita a movilizarse;

el calor

(esa otra cola con gato y todo),

de día, duerme sobre los párpados

desvelados la noche entera

por el alcohol;

el alcohol: una chanson, un tango,

un negro spiritual,

una agresora fatiga de estar triste

como si fuera el último día del mundo

y ya nadie quedara para perdonarte el crimen.




G l a u c e

Del mar viene tu voz.

De todos los mares y todas las mareas.

De oleajes de trigales que mecían

a tus parientes gringos y pampeanos,

coronados por el flamear

de las migrantes banderías anarquistas

con sueños de paz y marejadas de pasiones.

Glauca, Glauce, marina.

Arrojada en otras violentas banderías,

amplia como la oscilación de la blancura.

Te desespera la sed del mar en esta mediterranía

siempre sedienta de grandes hechos,

siempre devuelta a la gravedad de las campanas.

Al fin todo es doméstico. Todo misterioso.

Lo grande nace de lo pequeño.

No viene del mar sino de la semilla.

No del infinito, sino del sol.

Pero tú renaces de los aires que producen

miles de banderas opuestas y coincidentes

balanceándose a un mismo ritmo.

Todo habla en ti.

Las revoluciones y las magnolias.

Las abuelas y las galaxias.

El amado y la muerte.

La poesía es a ti lo que la forma a la belleza.

Un soplo en el barro.

El roce de dos pedernales.

Y la palabra te transforma y aniquila.

Te hace suya. Te pide que seas viril para poseerla

y femenina para deslumbrarla.

Ningún otro destino te pertenece.

Ninguna otra pasión jugarás tan sabiamente.

Has venido del mar a la superficie de los genocidios.

Pero mira: toda palabra antes de nacer

recorre su propio olvido.

Alaridos de hórdagos en retirada

apagan tu voz

como la polvareda al canto de un pájaro.

Tu voz.

Desnuda y perfecta.

Plena y aciaga

como la hoja de acero del destino.




II

O J O D E B U E Y

1993 - 1995




Ojo de Buey

Por el poeta Juan Larrea




Como las alas del cóndor de la sierra

las manos humanas

terminan en dígitos abiertos.

No es candor,

ni patetismo

si no distancia

el aire necesario a las figuras.

Luz entre qué y quién.

En cercanía de ventanales

por donde filtra su té el mediodía,

bebo de palabras que suman otra luz.

Todos mis amantes han muerto

antes de que yo naciera.




F r a g m e n t o s


__ 1

Luna oval que con su palidez enfría

la incandescente luna del espejo

y la imagen idéntica al rostro

mas no a la imagen que de sí mismo

se formara quien pertenece al rostro

como a una patria misteriosa,

y, luego, ¿qué patria no lo sería?




2

Hay una grieta por donde espiar el baldío.

La discordancia e íntima condonación

de una habitación a otra -todo como avergonzado-,

gestadas en el vértigo y la paciencia de los días;

la pena de la estructura al desnudo donde alguna

desteñida flor de empapelado exhibe el rosa de la tristeza

-todo como vencido por una luz amarilla

y por las hebras protoplasmáticas del gris- ;

el viento, atravesado de aprehensión al rozar

la huella que imprimiera la sombra de las columnas

sobre la galería, como si algo se hubiera resguardado

de excesos, mantenido reservas

con las que recomenzar la vida o seguir

sosteniéndola, reivindicando un antiguo acto de amor.

El tronco hachado a ras del suelo y deshidratado,

sin redención posible.

Imágenes postrimeras. Aptas para excelente fotografía.

Desvalidas ante el dictamen de insanía. Viejas y locas.




A r e n a s

Iván, In Memoriam

Regresarás a la suma.

Desintegrado.




_______1

En el árido desierto crecen flores

para mí, sólo para mí,

que soy pálida

como si me hubieran criado a la sombra

de un baldaquín

o llevado sombrilla y velo

desde la cuna;

para mí que, cual Ireneo Funes, perdiera

el don del libre desplazamiento del cuerpo

cuando hallé el de la memoria

y –a diferencia de él- no asimilo

vocablos en lenguas muertas

o métricos cálculos temporales,

sino que aplico el recuerdo al lapso de espera

de la llegada de una carta,

la penetración desquiciante de una mirada

y el rencor más antiguo y poderoso: el del amor.




_______2

En el árido desierto donde las manos escriben

más allá del amparo de la soberbia,

cada corola es círculo de olvido

logrado entre la contemplación de los oleajes

y los oleajes mismos;

a veces, para exhumar cierta forma devorada

por las dunas,

hundo en ellas la mano

y el instante en que mi mano

es ocultada por la arena

es una muerte simbólica de mi muerte

y el instante contiguo,

en que mi mano

alza en el aire la corola,

justifica la paciencia y el amor

por el desierto.




_______3

En el árido desierto hemos ocultado

las palabras; y esa es la deshonra:

haber lamido sin hambre los imanes

fosforescentes de la gracia;

por las noches, me revuelco con el cuerpo caldeado

sobre la arena y las agrestes flores

y hacerlo sabe a silicio y a sal, pero tengo

piel más dura o blanda que el sílice,

más elástica tal vez,

y no me lastima, sólo me enciende

como de amor, no sé,

o de una lástima parecida a la cordura.




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ÍNDICE

I. LA SINRAZÓN

Tabaco

Boris Vian

Fresco y detalles de una escena argentina (11 poemas)

La piedra del mundo (4 poemas)

Glauce

II. OJO DE BUEY

Ojo de buey

Fragmentos (2 poemas)

Arenas (3 poemas)